En un nichito ubicado en medio de un bananal y a metros de una precaria casita, fue enterrado ayer Aaron Emmanuel, de apenas un mes de vida. Encontró la muerte en manos de la persona que le trajo al mundo, Lida Rosa Guerrero.

La tragedia estaba casi anunciada, supuestamente, más de una vez, advirtió que iba a matar al inocente porque no paraba de llorar y sufría de alucinaciones. Se denunció la extraña conducta de Lida a la Codeni, pero el bebé mamaba, no podía ser separado de su madre.

La desgracia se desató semanas después, en la misma casa, en la colonia Santo Domingo de Guzmán, distrito de Juan Manuel Frutos (ex Pastoreo), Caaguazú. El jueves, con un calor tremendo, el bebé no dejaba de llorisquear. Su madre trató de arreglar un viejo ventilador de mesa.

El llanto desesperado alertó a los vecinos. Uno de los hijos de Lida encontró a su madre fuera de sí. El chico salió corriendo para decirle a su abuela que la mamá estaba muy nerviosa. Aaron Emmanuel estaba inquieto. Su llanto se escuchaba con más fuerza hasta que después se vino un silencio espantoso. Fue ahí que la mamá candadeó la puerta y salió del lugar huyendo.

Nadie podía entrar en la casita y por un hueco en la ventana vieron al bebé extendido boca arriba, sus manitas cerradas y un cuchillo incrustado en el pecho. La tragedia estaba consumada.Germán Guerrero, hermano de la mujer, dijo que Lida era la única mujer entre los hermanos. “Mi hermana era distraída. Hablaba poco. Una vez intentó ahorcar a su hijo mayor y no tenía paciencia por su bebé. Teníamos miedo que esta tragedia pase. La Codeni intervino y dijo que nada se podía hacer porque el bebé mamaba”, dijo Germán

Días antes de la tragedia, Lida estaba pendiente del cobro de Tekoporã. Solo quería dinero y estaba nerviosa. “Mi hermana consumía drogas y se alimentaba poco. Tuvo varias operaciones, se volvió loca”, señaló. Germán acompañó el trabajo forense. “Me entregaron el cuerpo de mi sobrinito. Me dijeron que recibió 15 puñaladas, 12 profundas y tres superficiales”, lamentó.

“Yo no me recuerdo de nada. No hice nada…”

Sin ninguna pizca de remordimiento, en su celda de la comisaría de Caaguazú, Lida tenía los ojos rojos y mirada perdida. “No me recuerdo de nada. No hice nada. No le maté, para mí esto es un sueño. No sé por qué me trajeron acá”, afirmó.